Llegué con los tacones en la mano y el
maquillaje corrido, luego de pasar una noche de alcohol y mucha rumba, pero sintiéndome
sola y extrañándolo.
Me adentraba en el edificio y llamé al ascensor,
al abrirse la puerta lo vi, en mi estado de ebriedad no sabía si alegrarme,
llorar, molestarme; pero él me lo hizo más fácil, me tomó por la cintura y me
clavó un beso de esos que te quitan el aliento, yo lo anhelaba, mientras se
aceleraba mi respiración, más plena me sentía. Cuando sus manos empezaron a
bajar y pasearse por mi entrepierna, fue como una explosión, temblaba y no me
importaba que él se diera cuenta, porque él lo sabía todo, desde que lo quería
como a nadie, hasta que lo deseaba como a ninguno.
La adrenalina de que alguien nos pudiese
descubrir, era el motor que encendía el elevador... Me rasgó la ropa y pegó mi
cara contra el espejo, sin dejarme siquiera protestar me penetró como pocos lo
han hecho, y me llevó más arriba de la azotea sin movernos de planta baja. Cada
halada de cabello iba en sintonía con las nalgadas que me daba; y me susurraba
al oído cuanto me extrañaba. Yo lo sentía como una gran mentira, pero el placer
me hacía perdonarlo.
Acabamos al mismo tiempo con un grito ahogado,
le sugerí llegar a mi apartamento y se dio media vuelta y ni me miró.
mamutzuela@gmail.com
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