La primera vez siempre sudan las manos.
Me confunde. Ahora cada vez que veo a Carla me
recibe con una sonrisa más grande, con una simpatía que no me merezco pero esto
de encontrarla en cada lugar al que voy, no me desagrada tanto.
La relación
comenzó mal siquiera antes de comenzar, el saber que iba a compartir el próximo
trimestre en el instituto ha ninguno le hacía mucha gracia. Cuando Sofía nos
presentó, lo hizo con la toda la buena intención de que congeniáramos. “Te va a
encantar, aparte de ser una rubia preciosa le encanta leer y escribe unos
cuentos que te mueres” dijo Sofía haciendo gala de todos sus dotes de Cupido.
“Ok, vamos a ver que sale” dije disimulando mi interés por aquella rubia
gordita que tenía intenciones de convertirse en una Shakespeare versión siglo XXI.
Por el mero hecho de gustarme la feminidad, Carla también acabó por gustarme.
“Eres más gordita de lo que muestra tu pic profile” me dije cuando la vi
acercándose. Nunca he tenido problema con la carne, sí con el exceso pero – a
Dios gracias – el de Carla no era el caso.
-Hola, Carla si no es así no te veo.
-Ja, ja, ja.
-Él es Luis.
Nos estrechamos las manos. La suya es suave,
como las de un ángel que no lava los platos ni practica volleyball, seguro
recién untadas de crema humectante. La mía, en cambio, es áspera, delgadas y
con restos del sándwich que me acababa de comer. Como las de cualquier pordiosero.
Mucho gusto. Decimos al unísono, mi voz sale
con la torpeza que acostumbra mientras trato de apartar la mirada de sus
pechos.
“Los ojos, concéntrate en los ojos” me digo.
El resto de la conversación me ignoró. Para
ella, yo solo era parte del ambiente, una mata más en el jardín tanto así que
al irse se despidió solo de Sofía y a mí ni me miró.
-Ella es Carla. Ya tendrán más chance de hablar
cuando estudien juntos.
jbelloik@gmail.com
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